viernes, 15 de enero de 2010


Era la infancia. Era la noche larga, y la ropa puesta sobre la silla del dormitorio se agrandaba en la oscuridad mientras nos crecÍa el miedo en el estomago. Y para colmo habÍamos estado hablando de fantasmas, habíamos estado alumbrándonos la cara con la linterna de papá, cuya luz, desde abajo, volvia de diablos los ojos...
Seguramente habiamos hecho muchas cosas para que el demonio nos tirara de los pies, entonces Nos envolvimos en la manta aunque nos murieramos de calor.
Era la infancia... y por eso el sueño piadoso llegaba pronto y repentino, evaporaba los temblores y nos volvía dulce y bueno hasta la mañana. Las tres hermanitas vestidas iguales. ¿Y la manía de destrozar bombones? Los apretábamos hasta ver lo que tenin adentro. Si era duro turrón o moreno chocolate, nuestras bocas rumiaban largo rato su sabor. Pero los de "pasta de dientes", esa blanca menta que tanto parecía gustarles a los mayores, nos repugnaban, y caían distraídamente desde los balcones o quedaban largo tiempo en el rincón de un petit mueble hasta que una limpieza general los descubria, con gritos de las tias y mal humor de las mucamas. ¿Y los permisos? Preguntale vos. No, vos. La vez pasada le pregunté yo. La hora del cine se iba acercando peligrosamente, y al fin, unas vocecitas trémulas arrancaban un permiso que nunca era sí de sí, sino un sí internado como un carozo dentro de una densa fruta de titubeos. Era la infancia. Un arroyo en el que flotan flores de azahar. Chiclets masticados pegados en los travesaños de las sillas o debajo de las mesas. Tentarnos de risa, sin saber por qué, en la parte mas solemne de la mesa. Una caracola sonora en la que nos traíamos encerradito el mar de los veranos y despues lo escuchabamos por turno, maravilladas, esperando que tal vez un pececito plateado nos saltara a la oreja. Encontre una cancion al partir un durazno, en su pulpa de sol la letra de la ronda.
Nos decían nuestros nombres en diminutivo, encendían velitas sobre rosas de azúcar en nuestros cumpleaños, soñabamos con una muñeca Marilu y un muñeco Bubilay que se hacían añicos cuando caían al suelo...
Era un bello país el de la infancia.Un país con misterios y temores, con muebles que nos pareían mucho más grandes, y personas adultas que pellizcaban tan fuerte nuestras mejillas redondas...
Era un bello país que a veces nos amenazaba. Pero estábamos todos allí, reunidos, crédulos, en un jardín que siempre florecia, en un jardín de árboles que nunca perdían las hojas... Y la risa de mamá, los scons de la abuela, los collares que las tÍas nos prestaban para que jugÁramos, la dentadura postiza de nuestro abuelo que quedaba mordida en la manzana y nos hacÍa doblar de risa... Era un jardÍn que no se amarilleó nunca.
Era un jardín la infancia; un jardín en el que nos juramos no crecer, pero creciámos... En el que nos juramos nunca llorar, pero lloramos... Era un jardín al que volvemos, a veces, con nuestros pasos de mujer, para ponernos zapatitos de nena y correr entre los canteros, correr tras la abuela que nos sonrie y por una excepcion no tiene apuro, y nos dice nuestros nombres en diminutivo, a mí y a mis hermanitas, unos nombrecitos como de duendes, como de jazmines, que ya nadie nos dice... solamente ella en el jardín perenne al que llegamos cuando tenemos muy lleno de pesar y de nostalgia el corazón ~

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